Los síntomas no son un error
Cuando sentimos ansiedad, tristeza, bloqueo o cualquier otro malestar psicológico, solemos pensar que algo “va mal” en nosotros. Pero los síntomas no son fallos del sistema: son intentos de equilibrio.
Nuestra mente, igual que nuestro cuerpo, busca constantemente mantenernos a salvo. Y a veces, lo hace de formas que acaban resultando dolorosas.
El síntoma, aunque duela, tiene un sentido. Es la forma que encuentra nuestra mente para protegernos de algo que no pudimos manejar en su momento.
La función protectora del síntoma
Todo síntoma cumple una función. A veces evita un dolor mayor, otras intenta darnos control o estabilidad cuando algo dentro se siente frágil.
- La ansiedad intenta anticiparse a los peligros para que no te sorprendan y estés preparado.
- La tristeza o apatía pueden ser un freno ante el agotamiento y una invitación a la reflexión sobre lo que nos ocurre.
- El perfeccionismo es, muchas veces, un intento de evitar el rechazo o de asegurar el afecto a través del rendimiento.
- El aislamiento puede ser un refugio ante la sensación de no ser comprendido o de haber sufrido daño.
Ninguno de estos mecanismos es casual: todos, en su origen, tuvieron una intención protectora. El problema aparece cuando esa estrategia se vuelve rígida y empieza a limitar la vida.
Cuando la protección se vuelve trampa
El síntoma, que nació para proteger, puede convertirse con el tiempo en una trampa invisible.
Lo que un día sirvió para sobrevivir, hoy puede impedirnos vivir plenamente.
Por ejemplo: si aprendiste a reprimir tu enfado porque en tu infancia expresar emociones generaba conflicto, esa estrategia te protegió entonces. Pero en la adultez, esa misma inhibición puede impedirte poner límites y conectar con tus necesidades.
Nuestra mente repite lo que una vez funcionó, aunque ya no sea útil. Es su forma de mantenernos a salvo, incluso si eso significa mantenernos atrapados.
Cómo se mantienen los síntomas en el tiempo
Los síntomas persisten porque, sin darnos cuenta, reforzamos los mismos patrones que los sostienen. Algunos mecanismos frecuentes son:
- Evitación emocional: huimos del malestar intentando no sentir, pero lo que no se siente no se resuelve y vuelve con más fuerza.
- Control y autoexigencia: cuanto más intentamos dominar lo que sentimos, más nos bloqueamos.
- Rumiación o sobreanálisis: buscar entender racionalmente lo que solo puede comprenderse emocionalmente nos perpetúa en el malestar.
- Contextos que alimentan el síntoma: relaciones, entornos laborales o familiares que refuerzan los mismos roles y dinámicas.
Así, sin darnos cuenta, seguimos alimentando el mismo ciclo, porque el cambio requiere algo más que entender: requiere sentir y permitirse hacer las cosas de otro modo.
Comprender para transformar
El cambio empieza cuando dejamos de pelear con el síntoma y empezamos a escucharlo y a preguntarnos: “¿Qué está intentando proteger en mí?” “¿Qué necesidad no está pudiendo cubrir de otra forma?”
Comprender la función del síntoma no significa justificarlo, sino traducir su mensaje para poder transformarlo.
Cuando entendemos de dónde viene, podemos crear nuevas formas —más sanas y conscientes— de cuidarnos y de satisfacer esas mismas necesidades.
Tu mente no está en tu contra. Hace lo que sabe para protegerte, aunque a veces sus métodos duelan.
El camino terapéutico no consiste en eliminar los síntomas, sino en entenderlos, agradecerles su intento de ayuda y sustituirlos por recursos más adecuados.
Esa es la verdadera transformación: pasar de sobrevivir a vivir.
Si sientes que repites patrones de malestar o que tus síntomas vuelven una y otra vez, no significa que algo esté roto en ti.
Significa que tu mente sigue intentando protegerte de algo que aún duele.
Y eso puede cambiar. Puedo acompañarte a entenderlo y transformarlo.







