Poner límites en infancia temprana

límites en infancia temprana
Poner límites en la infancia temprana no va de obediencia ni de dureza. Va de ofrecer seguridad, coherencia y presencia para que el niño pueda regularse, entender el mundo y crecer sin poner en duda su valor.

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Límites en la infancia temprana: una necesidad emocional y evolutiva

Poner límites a niños pequeños es una de las tareas más difíciles —y más cargadas emocionalmente— de la crianza. A muchas madres y padres les asusta hacerlo “mal”, ser demasiado duros o dañar la relación con el niño. Otras veces ocurre lo contrario: se aguanta, se cede, se negocia todo… y aun así nada parece funcionar.

En la infancia temprana (aproximadamente de los 0 a los 6 años), los límites son una necesidad emocional y evolutiva. El objetivo no es enseñar disciplina ni obediencia ciega, sino ayudar al niño a sentirse seguro y a entender qué se espera de él y qué no.

Cuando los límites se ponen de forma inadecuada, pueden generar confusión, culpa o una sensación profunda de no ser suficiente, de no ser valioso o de no ser querido.

Qué NO podemos pedirle

Su cerebro está en construcción. No tiene desarrollados el autocontrol ni la regulación emocional. Por eso, los límites no pueden basarse en exigirle lo que aún no puede dar.

No podemos esperar que:

  • Se porte bien siempre.
  • Entienda explicaciones largas sobre normas y consecuencias.
  • Se calme solo cuando está desbordado.
  • Controle sus impulsos.
  • Anticipe el impacto de lo que hace.

Cuando se frustra, pega, grita o desobedece, no lo hace por maldad. Lo hace porque su cerebro aún no está preparado. Es inmadurez neurológica, no falta de educación.

Si le exigimos más de lo que puede dar, el límite deja de ayudar. El niño no aprende a hacerlo mejor: aprende que siempre falla, que hay algo malo en él.

Qué espera de ti

En la infancia temprana, los límites no pueden basarse en exigirle al niño que sepa cosas que aún tiene que aprender. Por tanto, no corregimos: enseñamos. En este sentido, los límites representan una guía externa del adulto.

En este camino no son necesarios castigos, amenazas, gritos, sermones, retirada del afecto, juicios sobre el niño ni juicios demasiado subjetivos o aleatorios sobre su conducta (por ejemplo: “no comas con las manos que es una cochinada”, cuando luego te va a ver comiendo pizza, efectivamente, con las manos. Mejor algo como: «esta comida la comemos con tenedor y así no nos manchamos tanto»).

A veces nos centramos tanto en “corregir al niño” que perdemos de vista nuestra responsabilidad en la situación.

  • El niño se puede desregular; tú procuras no hacerlo, para ayudarlo a regularse.
  • El niño se desborda; tú mantienes el control de la situación.
  • El niño desafía un límite; tú respondes con firmeza, no con enfado.
  • El niño está fuera de sí; tú no le muestras desesperación, sino seguridad.

Habrá días difíciles. Estarás cansada, sin paciencia. Te equivocarás. Es normal. No necesitas hacerlo perfecto, solo suficientemente bien.

Practicas, fallas, reflexionas, aprendes, vuelves a fallar, te revisas. Así funciona.

La importancia de las palabras

En este proceso, las palabras tienen un papel fundamental. Ayudar al niño a poner palabras a los hechos, a lo que ocurre y a lo que siente es clave, porque el lenguaje es una de las principales herramientas de regulación.

A través de las palabras el niño entiende el mundo, a los demás y a sí mismo. Son muy poderosas, tanto para bien como para mal. Pueden construir o pueden dañar. El niño no debe sentir que su valor depende de cómo se porte.

Frases que no ayudan

  • “Pórtate bien”. No sabe qué significa concretamente y sentirá inseguridad sobre el impacto de su conducta.
  • “Sé bueno”. Asocia su valor personal a su conducta, cuando debería ser incondicional. Si además no sabe qué es “ser bueno”, la inseguridad aumenta.
  • “No seas malo”. Puede vivirse como sentimiento de ser inadecuado, incorrecto, no válido (como persona).
  • “Muy bien” (sin más). No entiende qué ha hecho bien y puede engancharse a una gratificación externa sin sentido, perdiendo el significado de sus actos.

Frases que sí ayudan (sé concreta)

En lugar de “muy bien” sin más:

  • “Muy bien, has esperado tu turno sin quejarte y hemos estado todos más tranquilos.”
  • “Muy bien, has hablado sin gritar y se te entiende mejor.”
  • “Muy bien, has compartido el juguete con tu hermano y lo habéis pasado bien juntos.”

En lugar de “pórtate bien”:

  • “En casa de la abuela no saltamos en el sofá.”
  • “En el supermercado caminamos, no corremos.”

Así el niño entiende exactamente qué se espera y se siente más seguro.

Evitar ser duro y evitar ser blando no es fácil, pero se practica

Poner límites de forma sana no significa ser duro ni blando. Significa ser claro, firme y emocionalmente disponible. Algunas claves fundamentales:

  • Habla de la conducta, no del niño. No es “eres malo”, es “pegar está mal porque hace daño”.
  • Pocas palabras. No te enrolles.
  • Tono sereno, firme y directivo. Sin gritar, sin suplicar. “Ahora vamos a recoger” en lugar de “¡por favor, recoge de una vez!”.
  • Explicación breve. Una frase, no un discurso: “si tiras las cosas se rompen”.
  • Tú tienes el control; no se lo delegas a él.
  • El cariño sigue ahí. Aunque se enfade, tú sigues disponible para un abrazo.

Ejemplo clásico: cuando el niño pega

Tu actitud: seria, firme y tranquila, transmitiendo cierta tensión contenida. Mirada directa. Sin perder el control, sin rabia.

Qué puedes decir:

  • “No voy a dejar que me pegues. Hace daño.”
  • “Pegar está mal. Hace daño.”
  • “Entiendo que estés enfadado, pero no se pega.”
  • “Te voy a sujetar para que no hagas daño.”

Qué NO hacer:

  • Gritar y perder los estribos.
  • Pegar tú.
  • Retirarte enfadado.
  • Ignorarlo.
  • Darle un sermón largo.

No todos los límites se marcan igual

No todas las conductas tienen el mismo peso ni la misma gravedad, y es importante que el niño lo perciba.

En algunas situaciones cotidianas puede haber más margen para explorar o aprender progresivamente el límite. En otras, el adulto necesita intervenir con mayor firmeza y seriedad desde el primer momento. Esta diferencia no confunde al niño; al contrario, le ayuda a construir una jerarquía clara de lo que es más o menos importante y a entender que hay conductas que no son negociables porque implican daño.

  • Si pinta la mesa: actitud más tranquila y neutra. “No se pinta la mesa, se estropea. Lo limpiamos y pintamos en el papel”.
  • Si tira la comida: actitud algo más seria. “La comida no se tira. Si no quieres más me lo dices. Ahora recogeremos lo que has tirado”.
  • Si pega: actitud más seria, contundente, rápida y firme. “No voy a permitir que pegues. Hace daño”.

Aquí es clave tu capacidad de autorregulación y de mostrar firmeza. A menudo, por educación y aprendizaje social, a los padres les cuesta más autorregularse y tener paciencia, mientras que a las madres les suele costar más ser firmes y contundentes. Conviene revisar estos patrones.

Frustración y desafío: no es lo mismo

No es lo mismo, y se gestionan distinto.

Frustración:

El niño no entiende el límite o no le gusta. Se desborda: llora, grita, tira cosas, se tira al suelo.

Qué hacer:

  • Valida la emoción: “Entiendo que estés enfadado”.
  • Pero no la conducta: «pero no está bien tirar las cosas al suelo porque se rompen».
  • Mantén el límite: “y lo siento, pero no voy a darte esto”.
  • Ofrece contención: un abrazo, cogerle la mano, estar cerca (pero dar espacio si no está receptivo).
  • Espera a que se calme. No le abandonamos con esa activación emocional y cuando esté más calmado, entonces explicas.

Importante: un niño desbordado no puede escucharte. Oye las palabras, pero no las procesa. Primero calma, después palabras.

Ejemplos de frases:

  • “Entiendo que no te guste, pero ahora toca esto”.
  • “Puedes enfadarte. No pasa nada. Pero no te voy a dar lo que pides”.
  • “No voy a permitir que tires cosas. Se rompen”.

Desafío:

Parece que te reta: te mira y hace justo lo que le has dicho que no haga, a veces incluso sonriendo.

Qué significa: no te está atacando. Está explorando. Busca saber si el límite es real, si eres coherente, si puede confiar.

Qué hacer:

  • Respuesta clara y firme.
  • Coherencia entre tu gesto y tus palabras.
  • Cierta tensión contenida (no agresiva).
  • Cero negociación.

Frase tipo:

  • “Esto no lo voy a permitir. No es negociable”.

La coherencia lo es todo

Un límite que hoy vale y mañana no, no funciona. El niño se confunde.

Qué necesitas:

  • Mantener el límite en el tiempo.
  • Que no dependa de tu cansancio.
  • Que los adultos que cuidan al niño estén de acuerdo.
  • Que no se desautoricen delante de él.

No hace falta que todos lo hagáis igual, pero sí que haya un acuerdo básico.

Después del límite

El límite no termina cuando dices “no”. El niño necesita saber qué puede hacer.

Ofrece alternativas:

  • “No puedes pegar, pero puedes decirme que estás enfadado”.
  • “No puedes tirar los juguetes, pero puedes golpear este cojín”.
  • “No puedes gritar aquí, pero podemos salir un momento”.

Acompaña la emoción:

  • Quédate disponible.
  • Ofrece contacto físico si lo acepta.
  • No te vayas enfadado.

Reconecta después:

  • Cuando pase el momento intenso, vuelve a conectar.
  • Que sepa que el vínculo sigue intacto.
  • Un abrazo, una mirada, un “te quiero” cuentan.

Los beneficios

Cuando los límites son claros y seguros, el niño aprende:

  • “Valgo aunque me equivoque”. Su valor no depende de su conducta.
  • “Mis emociones cuentan”. No todas las conductas valen, pero las emociones sí.
  • “El mundo tiene sentido”. Es predecible y comprensible. Da seguridad, aunque no siempre guste.
  • “No tengo que ganarme el cariño”. El amor no está en juego.

Un límite bien puesto no rompe el vínculo. Lo protege.

Si te cuesta mucho

Si poner límites te genera culpa, enfado o sensación de fracaso, quizá no tenga que ver solo con tu hijo.

Muchas veces tiene que ver con tu historia: cómo te pusieron límites a ti, qué aprendiste sobre el amor y el conflicto.

Revisar eso también forma parte del proceso. Si lo necesitas, puedo acompañarte.

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