No, no es que “no quiera portarse bien”, es que aún está madurando
A veces esperamos que los niños hagan cosas para las que su cerebro aún no está preparado. Y no es por falta de interés, ni por desobediencia, ni por “salirse con la suya”. Es que aún no pueden.
Entender cómo se desarrolla el cerebro infantil nos permite ajustar nuestras expectativas, acompañar mejor y educar con más consciencia y menos frustración.
Muchos conflictos diarios con la infancia surgen porque esperamos autorregulación, reflexión o empatía… demasiado pronto. El lóbulo prefrontal, encargado de estas funciones, no madura del todo hasta bien entrada la adolescencia.
Hasta entonces, el niño necesita co-regulación: un adulto que le ayude a gestionar lo que le pasa, le contenga emocionalmente y modele estrategias. El “portarse bien” no se impone: se aprende.
Claves para educar con mirada neuroevolutiva
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El cerebro se construye desde el vínculo. La relación con el adulto no es un “extra emocional”: es el entorno en el que el cerebro se desarrolla. El apego seguro favorece la exploración, el aprendizaje y la regulación.
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Primero sentir, después pensar. El sistema límbico (emocional) predomina en la infancia sobre la corteza prefrontal (racional). Por eso, intentar razonar en plena rabieta no suele funcionar. Antes de entender, necesitan ser entendidos.
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La regulación emocional no se enseña con castigos, sino con presencia. Acompañar sin juzgar, poner palabras al sentir y ofrecer calma desde fuera es lo que permite que, con el tiempo, la interioricen.
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Cada etapa tiene sus capacidades. Un niño pequeño no puede compartir siempre, esperar su turno o “pensar antes de actuar”. La madurez cognitiva y emocional se construye poco a poco, no se exige.
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El cuerpo también educa. El movimiento, el juego libre y el contacto físico favorecen conexiones neuronales esenciales. No todo el aprendizaje pasa por lo verbal o lo académico.
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La plasticidad cerebral lo cambia todo. El cerebro infantil está en constante construcción. Cada experiencia, cada vínculo, cada reparación cuenta. Nunca es tarde para hacerlo mejor.
¿Qué pasa a cada edad en el cerebro del niño?
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0 a 3 años: máxima plasticidad cerebral. Se desarrollan la base del apego, los circuitos de regulación emocional y sensorial. Aún no hay control voluntario de impulsos ni comprensión plena del lenguaje.
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3 a 6 años: comienzan a desarrollar funciones ejecutivas (atención, memoria de trabajo, inhibición), pero de forma muy inmadura. No hay autorregulación real, aunque imitan estrategias adultas si hay modelo.
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6 a 9 años: se afianzan las capacidades cognitivas básicas. Empiezan a comprender normas sociales, planificar acciones simples y manejar mejor la frustración, aunque con apoyo constante.
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9 a 12 años: se desarrollan habilidades metacognitivas: pensar sobre lo que piensan y sienten. Pueden empezar a gestionar sus emociones con más autonomía, pero aún necesitan guía adulta.
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Adolescencia: el cerebro se reorganiza masivamente. Aumenta la capacidad de abstracción, empatía y pensamiento crítico, pero la regulación emocional aún es frágil. El entorno adulto sigue siendo clave.
Conclusión
Educar es mucho más fácil cuando entendemos qué podemos esperar (y qué no) en cada etapa del desarrollo. La información no solo empodera: también suaviza la mirada. Porque cuando comprendemos lo que está pasando por dentro, cambiamos la forma en que respondemos por fuera.
Si quieres comprender mejor lo que está viviendo tu hijo y cómo ayudarle desde una crianza consciente y respetuosa con su desarrollo, puedo acompañarte. Trabajo con madres, padres y familias que buscan educar desde el vínculo y el conocimiento. Puedes pedirme una primera cita desde aquí.