El cerebro también importa: el enfoque neurobiológico

enfoque neurobiológico
La psicoterapia también se nutre de la neurociencia. Este post recorre cómo el desarrollo cerebral, los trastornos neurológicos y los psicofármacos impactan en la mente y cómo integro todo ello en mi práctica.

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La psicoterapia también se apoya en la neurociencia

Hablar de emociones, vínculos o heridas psicológicas no significa olvidar el enfoque neurobiológico y que todo eso ocurre en un cuerpo, y más concretamente, en un cerebro. La psicoterapia no tiene por qué enfrentarse a la neurociencia; de hecho, cuando se combinan, pueden ayudarnos a entender mejor por qué sentimos, actuamos o reaccionamos como lo hacemos.

El enfoque neurobiológico no reduce a la persona a sus neurotransmisores, pero tampoco los ignora. Nos invita a mirar lo psicológico y lo fisiológico como dos caras de una misma moneda. Como psicóloga, integro esta mirada para ofrecer una terapia más ajustada, compasiva y eficaz.

Neurodesarrollo: lo que pasa en la infancia no se queda en la infancia

Durante la infancia y adolescencia, el cerebro está en plena construcción. Las experiencias de esta etapa —el tipo de vínculo que se establece con los cuidadores, el entorno emocional y la seguridad que recibimos— influyen directamente en cómo se desarrollan funciones clave como la autorregulación emocional, la empatía o la toma de decisiones.

Los traumas tempranos o las experiencias de negligencia no solo dejan huella emocional: también pueden alterar la forma en que el cerebro se organiza y responde al estrés. Esto es especialmente relevante en contextos de apego inseguro o desregulación constante.

Además, hay condiciones con una base claramente neurobiológica que comienzan en la infancia y requieren una mirada especializada: el TDAH, los Trastornos del Espectro Autista, la dislexia o los trastornos del lenguaje, por ejemplo. Comprender su raíz neurológica permite ajustar las expectativas terapéuticas y ofrecer un acompañamiento más eficaz y respetuoso.

Neuropsicología: cuando hay daño o funcionamiento atípico

La neuropsicología es el campo que estudia cómo el funcionamiento cerebral influye en la conducta, la emoción, la atención o la memoria. Es fundamental en casos donde hay daño cerebral (por traumatismos, ictus o enfermedades degenerativas), pero también cuando hay un perfil atípico de funcionamiento, sin que haya una lesión como tal.

En consulta, puede presentarse una persona con dificultades para planificar, para conectar con sus emociones o con olvidos importantes… y detrás puede haber una afectación neuropsicológica. En estos casos, adaptar el ritmo, los objetivos y el estilo de intervención es clave. A veces, derivar para una valoración neuropsicológica puede ser el paso más terapéutico.

Psicofarmacología: ¿sí o no?

Los psicofármacos no son ni demonios ni varitas mágicas. Son herramientas. Como toda herramienta, pueden ser útiles o no, dependiendo del caso, del momento y de cómo se usen.

Los principales grupos de medicamentos que se usan en salud mental son:

  • Antidepresivos: indicados en depresiones moderadas o graves, algunos trastornos de ansiedad y TOC. Suelen requerir varias semanas para hacer efecto y no crean dependencia.

  • Ansiolíticos (benzodiacepinas): útiles a corto plazo para cuadros de ansiedad intensa o crisis puntuales, pero con riesgo de generar dependencia si se mantienen en el tiempo.

  • Antipsicóticos: se utilizan en trastornos psicóticos, algunos cuadros graves de bipolaridad o incluso como estabilizadores del estado de ánimo. También se prescriben en trastornos graves de conducta, tanto en adultos como en población infanto-juvenil, especialmente cuando hay agresividad o impulsividad intensa. Deben ser siempre muy bien pautados y supervisados.

  • Estimulantes (como el metilfenidato): son los fármacos más utilizados para tratar el TDAH, y su eficacia está bien respaldada por la evidencia científica. No “calman” o “sedan”, sino que mejoran el funcionamiento de ciertos circuitos cerebrales relacionados con la motivación y la regulación. Aunque requieren seguimiento médico, no generan adicción cuando se usan con prescripción y control profesional. Los efectos secundarios más frecuentes son pérdida de apetito o dificultades para dormir, pero suelen manejarse bien ajustando dosis.

  • Estabilizadores del estado de ánimo: como el litio o algunos anticonvulsivos, se utilizan sobre todo en el trastorno bipolar para prevenir recaídas. También pueden recetarse en otros cuadros con gran inestabilidad emocional. Son eficaces, pero requieren controles médicos periódicos por posibles efectos secundarios como temblores o alteraciones en la función tiroidea o renal.

En muchas ocasiones, los fármacos crean un espacio de calma o estabilidad que permite que la psicoterapia pueda empezar a hacer su trabajo. No reemplazan al proceso terapéutico, pero pueden ser un apoyo temporal importante.

Cómo integro yo esta mirada neurobiológica en mi trabajo

Aunque trabajo desde una psicoterapia centrada en la persona, siempre tengo en cuenta cómo funciona el sistema nervioso de quien tengo delante. No todas las personas procesan la información igual, ni se regulan del mismo modo. Algunas cosas que parecen “resistencia” o “falta de implicación” pueden tener una base neuropsicológica que hay que comprender.

En mi práctica:

  • Observo el ritmo, la capacidad atencional y la autorregulación de cada persona.

  • Ajusto el lenguaje y los objetivos cuando detecto posibles dificultades neurocognitivas.

  • Derivo a otros profesionales (como psiquiatras o neuropsicólogos) cuando considero que puede ser necesario.

  • Acompaño también desde la comprensión y el cuidado cuando alguien llega con un diagnóstico o una medicación, explicando sin dramatismos y sin dogmatismos.

Integrar esta mirada no hace que la terapia sea menos humana. La hace más completa.

Conclusión: mente y cerebro no se contradicen, se complementan

Cuidar la salud mental implica atender a lo emocional, a lo relacional… y también a lo biológico. No se trata de convertirnos en neurólogos, pero sí de contar con conocimientos que nos permitan comprender mejor lo que le ocurre a una persona en su globalidad.

Si quieres comenzar un proceso terapéutico que combine el rigor del conocimiento con la cercanía del acompañamiento, estaré encantada de recibirte.

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