Vivimos en un momento histórico marcado por la incertidumbre. Hemos atravesado en nuestro propio país una pandemia, un apagón, el crecimiento de la ultraderecha y de ideas políticas que no respetan derechos humanos básicos… Al mismo tiempo vemos en los medios que en el mundo se televisa un genocidio, guerras, ascensión al poder de personajes con evidentes rasgos psicopáticos, tensiones geopolíticas entre países muy poderosos, aumento de la amenaza y desastres climáticos… Todo esto no son ideas abstractas ni amenazas lejanas: forman parte del mundo real y, de una manera u otra, aparecen en nuestro día a día.
En este contexto, es lógico que cada vez más personas sientan ansiedad por el futuro.
La ansiedad no surge porque estemos “exagerando” o porque seamos gente especialmente nerviosa. Surge porque el cerebro está intentando protegernos en un entorno que percibe como peligroso. Cuando la realidad parece inestable, la mente se activa para anticipar escenarios y buscar posibles soluciones.
El problema aparece cuando el estado de alerta se vuelve constante.
Por qué el futuro pesa tanto hoy en día
La ansiedad anticipatoria no aparece de la nada. Hay varios factores que la alimentan:
1. La incertidumbre real del contexto
No vivimos tiempos especialmente estables. Las tensiones geopolíticas, la crisis climática, la aparición de nuevos conflictos, el retroceso de derechos en algunos países… generan una sensación de fragilidad que no es imaginaria.
Validar esto es importante: no eres tú, es el contexto.
2. La sobrecarga informativa
Vivimos hiperconectados.
Recibimos noticias, alertas, análisis, opiniones y predicciones cada minuto. El doomscrolling —seguir consumiendo información amenazante— mantiene al cerebro en un estado de alarma que no puede sostener a largo plazo. Además, redes sociales que todos conocemos y usamos utilizan potentes algoritmos que detectan aquello que nos quedamos mirando más tiempo o a lo que simplemente damos like y nos lo ofrece mucho más. De este modo, aquellos contenidos que nos preocupan (y por tanto, miramos más), se nos ofrece más y los consumimos más, llegando incluso a percibir, entonces sí, la amenaza como mayor de lo que es, ya que el cerebro percibe más probable aquello sobre lo que tiene más información disponible.
3. Riesgos difíciles de predecir
El cerebro es muy bueno anticipando peligros concretos, pero se bloquea cuando el riesgo es difuso, complejo o global: pandemias, guerras, colapsos económicos, ataques cibernéticos, crisis políticas…
Lo incierto activa más ansiedad que lo claramente peligroso.
4. La sensación de falta de control
Cuando no sabemos qué hacer ante un posible peligro, la mente llena ese vacío con escenarios catastrofistas.
No porque quiera asustarnos, sino porque intenta prepararnos y protegernos.
Eco-ansiedad y otras formas de miedo al futuro
La eco-ansiedad es un buen ejemplo de cómo la angustia surge cuando vemos que algo importante —el planeta, la disponibilidad de agua y alimento, la preservación de nuestros hogares…— parece estar en riesgo.
No se trata de una “manía” ni de un pensamiento irracional. La DANA de 2024 da prueba de ello. Fue un recordatorio de que el clima es amenazante y de que cuando ciertos líderes estúpidos o psicopáticos no hacen su trabajo, las consecuencias se traducen en más muerte y destrucción.”
Las amenazas existen, y nuestro cuerpo responde ante esos eventos que percibimos desoladores.
Lo que buscamos no es negar la realidad.
Lo que buscamos es que la realidad no nos arrastre.
Cómo podemos cuidar nuestra mente en un mundo incierto
Estas ideas pueden ayudarte:
1. Límites informativos
Estar informadx sí, pero no a todas horas ni a cualquier precio.
Tu salud mental también importa. No permitas que los algoritmos distorsionen y aumenten la amenaza, que ya bastante es.
2. Volver al presente
La ansiedad vive en el futuro.
El cuerpo vive en el ahora.
Volver a lo que estás haciendo, sintiendo o necesitando en este momento reduce la activación.
3. Diferenciar “posible” de “probable”
Puede pasar casi cualquier cosa.
Pero eso no significa que vaya a pasar.
El cerebro ansioso confunde posibilidad con inminencia.
4. Aterrizar expectativas
No hace falta tenerlo todo controlado.
Suficiente es:
- tener recursos,
- tener apoyos,
- y tener un plan básico de autocuidado y protección.
5. Activar la parte que sí depende de ti
La preocupación sin acción genera bloqueo.
La acción —aunque sea pequeña— devuelve agencia y reduce la activación porque aumenta la confianza.
Recuperar la sensación de seguridad desde dentro
Aquí viene algo esencial y muy humano:
La seguridad no viene necesariamente de que el mundo sea estable, predecible y controlable.
La seguridad viene de recordar que tú eres capaz de afrontar cambios y crisis.
El ser humano es profundamente resiliente.
Hemos sobrevivido a épocas terribles, guerras, crisis, pandemias, pérdidas…
No porque no hubiera miedo, sino porque somos una especie que se adapta, resiste, coopera, protege y cuida. Solo basta recordar la pandemia de 2020 y la Dana de 2024 para traer a la memoria escenas de auténtica solidaridad y cooperación entre ciudadanos y entre pueblos. Hay que recordarlo todo, no solo lo dramático.
Tu cerebro en estado ansioso te dice:
“No podré con nada.”
Pero tu historia, la de tu familia, la de tu pueblo y la de la humanidad entera, demuestra lo contrario:
Somos más fuertes de lo que imaginamos.
Tenemos más recursos de los que sentimos cuando estamos en alerta.
Y aunque no podemos asegurar el futuro, sí podemos fortalecer nuestra capacidad de afrontarlo.
Esa es la verdadera seguridad.
Si sientes que todo esto te desborda, puedo acompañarte.







