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Es una frase que he escuchado muchas veces. A veces dicha con convicción, otras con algo de culpa o vergüenza. Y siempre con una idea de fondo que merece ser cuestionada: que ir al psicólogo es algo que hacen las personas “débiles”.
Vivimos en una sociedad que durante mucho tiempo ha premiado la autosuficiencia, la resistencia, el “tirar para adelante”. Como si mostrar dolor fuera un defecto y pedir ayuda, una derrota. Pero ¿y si te dijera que ir al psicólogo no es un signo de debilidad, sino precisamente de fortaleza?
Ir a terapia implica parar a mirarse lo que uno siente, nombrarlo, entenderlo, enfrentarlo. Implica atreverse a desmontar patrones que tal vez llevan años funcionando por inercia. Requiere hacerse cargo de uno mismo y de su historia, incluso cuando duele.
Quienes vienen a consulta no lo hacen porque no puedan con la vida, sino porque quieren aprender a vivir mejor. Porque se dan cuenta de que hay algo que se repite, que duele, que bloquea. Porque no quieren arrastrar heridas que no eligieron. Porque quieren romper ciclos, mirar sus vínculos con más claridad, entender de dónde viene esa exigencia, ese miedo, ese vacío. Porque se cansaron de huir, de fingir que están bien, de ponerse la armadura todo el tiempo.
Pedir ayuda no es rendirse. Es tener la humildad de reconocer que no podemos ni tenemos que poder con todo solos.
Y eso es, precisamente, una de las mayores formas de fuerza emocional.
Así que, si alguna vez pensaste que “no necesitas” un psicólogo porque eres fuerte, permíteme devolverte otra mirada:
Quizás esa fuerza también puede expresarse en forma de cuidado, de autoescucha, de pedir lo que necesitas.
Quizás no se trata de necesitarlo… sino de merecer sentirte mejor.
Si sientes que ha llegado el momento de cuidarte de verdad, estaré aquí para acompañarte.
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